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Lo sabemos por sentirlo en lo más profundo de nuestro ser.
Lo sabemos por detectar esa luz tan especial que ilumina
el alma, antes inmersa en la oscuridad más notable.
Lo sabemos, por notar un ligero cosquilleo cada vez que
se produce un encuentro.
La sabemos, al comprender que ocupa nuestro pensamiento
una buena parte del día y la noche.
Lo sabemos, al comprobar como se inquietan los sentidos
al estar juntos. Por esas y otras muchas razones más, solemos
estar seguros de ese querer.
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