sábado, 15 de noviembre de 2025

CONTRA LA VELOCIDAD.

 


Asumir las prisas como norma en nuestra existencia cotidiana, tiene dos grandes riesgos. Uno de ellos es la ansiedad. Al igual que sucede en la carretera, a medida que aumentamos la velocidad con la que hacemos las cosas, perdemos el control sobre ellas y estrechamos nuestro margen de reacción. Muchas personas se lanzan hacia sus objetivos con tanto ímpetu, que a menudo suelen olvidar el motivo por el que corren. Esto explica por qué una vez alcanzada la meta, a menudo experimenta un sentimiento de vacío y confusión. Para ahogarlos se lanzan hacia nuevos objetivos con el único fin de seguir corriendo y no detenerse a pesar de lo que están haciendo. Otro efecto colateral de la velocidad es la dispersión. Quien se acostumbra a hacerlo todo cada vez más rápido, pronto se siente tentado a hacer varias cosas al mismo tiempo. Cosa nada recomendable.

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