Recuerdo aquel día que mientras dormía, inundaste mi mente
entrando en ella, como si fueras una vulgar ladrona, con la idea
de apoderarte de un beso.
Buscaste el camino idóneo para llegar a mi corazón, mediante
un atajo que tenía tu nombre.
De regreso, se te escapó un suspiro al lograr ausentarte en
silencio de mi sueño, pero quedó tu fragancia en el aire, siendo
esa la huella que me reveló tu fugaz visita. Al despertar supe
con certeza que la tierna y dulce intrusa fuiste tú.
Manifiesto que al día de hoy, ese suspiro emitido -aunque
lejano ya-, siento que forma parte de mi al haberse depositado
en el puerto de la dicha.
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