viernes, 17 de julio de 2020

Contra la velocidad


Asumir las prisas como norma en nuestra existencia
cotidiana, tiene dos grandes riesgos. Uno de ellos es
la ansiedad. Al igual que sucede en la carretera, a
medida que aumentamos la velocidad con la que
hacemos las cosas, perdemos control sobre ellas,
estrechando nuestro margen de reacción.  Muchas
personas, se lanzan hacia sus objetivos con tanto
ímpetu, que a menudo olvidan el motivo por el que
corren. Esto explica, por qué una vez alcanzada la
meta, a menudo experimentan un sentimiento de
vacío y confusión.Para ahogarlo, se lanzan hacia
nuevos objetivos, con el único fin de seguir con
la carrera, y no detenerse a pesar de lo que están 
haciendo. Otro efecto colateral de la velocidad es
la dispersión. Quien se acostumbra a hacerlo todo
cada vez más rápido, pronto se siente tentado a
hacer varias cosas al mismo tiempo. Vive en la
ilusión de que puede con todo, cuando en realidad
sus fuerzas se disipan en múltiples direcciones,
consumiendo su tiempo enmendando errores.
No logra terminar lo que empieza y esto provoca
más ansiedad. "Como en la fábula de la tortuga
y la liebre, al final la lentitud con esfuerzo termina
derrotando la velocidad mal administrada".

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