Como no sabía por donde empezar, me dediqué
durante un tiempo a entrevistar a personas de todas
las profesiones y edades. Al comprobar que a la gente
le cuesta concretar lo que la hace feliz - en cambio sabemos
muy bien lo que nos hace desgraciados-, les pedía
simplemente, que me hablaran de satisfacciones, o episodios
en los que habían logrado un alto grado de bienestar.
Para mi sorpresa, exceptuando el nacimiento de un hijo,
prácticamente no se habló de grandes logros. En el ranking
personal de la felicidad, nadie citaba los éxitos académicos ni
los ascensos laborales. Y aún menos, conquistas materiales
como estrenar una casa, o un coche, aunque estas adquisiciones
suponen una inversión de miles de horas de trabajo, y décadas
en el caso de una vivienda.
Los entrevistados, hablaban de cosas más sutiles e intangibles:
una conversación agradable, caminar por una playa, aquella
canción que nos hizo llorar sin saber por qué...
Allí, empecé a entender que la felicidad se sirve en pequeñas
dosis para quien sabe capturarla y reconocerla
momento a momento.
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